lunes, 2 de febrero de 2015

Al hombre de mi vida.

Hoy lo he visto sonreír como hacía tiempo no lo veía, lo he visto olvidarse de todo y valorar el tiempo, lo he visto salir de esas cuatro paredes que le han robado la vida entre disgustos y malas caras de la gente. 

Que en esas cuatro paredes ha vivido desde pequeño, ha madrugado y ha trasnochado por ellas, ha renunciado a dos infancias y dos adolescencias hasta que después de más de 20 años es él, el hombre de mi vida, el que ha abierto los ojos al ver el pequeño llamándole yayo, al ver que esa sonrisa valía mas que todo el dinero del mundo.

No nos engañemos y no digamos tonterías, que el dinero es dinero y sin el muchas cosas no existirían. Que él ha luchado toda la vida para poder tener sus caprichos, que madrugar no es por placer sino por obligación, porque a todos nos gusta llegar a casa y tener un plato para comer. Déjense de tonterías, déjense de palabras que todo esto se lo lleva el viento y valorar, valorar lo que es levantarse cada día a las seis de la mañana para a final de mes poder comer y si puede ser tener ese capricho. 

Nací hace 19 años, a los cuatro años ya más que consiente de que eran esas cuatro ruedas y que mi familia pertenecía a ellas, a los seis años fue él quien me dijo he cumplido todos mis sueños con esfuerzo, luchas y sacrificio, pero me queda una vida muy larga y encontrare de nuevos, pero míralo, este es el coche que buscare hasta encontrar, que luchare hasta tener.

Hoy he abierto los ojos como un día cualquiera, pensando en otro día de lucha, en otro día de superación. Y cuando menos te lo esperas va la vida y te sorprende. 

Es él, el hombre de mi vida el que me ha mirado y me ha dicho, mira enana otro sueño entre nosotros. Él es el hombre que me quiso sin conocerme, él que ha dado la vida por mi i por esas tres mujeres que forman mi vida, el que ahora lucha cada día por no perder un segundo de la mano de su niño. 

Y dejen que les diga, que he tocado el cielo al ver a mi vida sonreír, que toco el cielo cada vez que les veo correr detrás de la pelota, cada vez que escucho ese “yayo” acompañado de su sonrisa.

Y a día de hoy he aprendido a valorar cada segundo de esta vida, que de bajadas y subidas se dibuja el camino pero a su lado todo parece más llano, que de su sonrisa y de su lucha nacen miles de ilusiones y esperanzas, nacen mil porqués y mil razones. 

Es él, el hombre que dio por mí su propia sangre, el que me pone la mano encima y me transmite toda su energía, el hombre de mi vida, el hombre al que susurro cada noche ese: buenas noches papá.



Los abrazos expresan lo que llevamos dentro sin necesidad de hablar.