lunes, 7 de julio de 2014

Un sueño cumplido.

Y abrí los ojos por primera vez y planté cara a un juego del que no sabía ni las reglas, ni el objetivo ni el camino a seguir, pero era mi momento y tocaba empezar la vida. Y pasaron tres años de aprendizaje de crecer a cada pequeño paso que daba, y llego el día, tres añitos y me dan un balón, ese balón naranja, esas líneas negras, esa fuerza, esa diversión, miles de cosas que aun y ser una niña me vinieron a la cabeza, eso que paso a ser mi sueño.  

Y crecí a su lado, con tan solo tres añitos corría detrás de esa pelota la necesitaba en mis manos como un bebé necesita su madre al nacer, corría hasta tenerla en mis manos hasta decir es mía, aprendí a botar, a tirar, a defender. Y me enamore del deporte, me enamore de esa pequeña forma de liberar todo el nervio que llevo dentro y esas ganas de luchar.

Cerrar los ojos ante el miedo, y luchar. Entre a competir, formar un equipo, aprender a jugar en equipo. Y con cuatro años me lleve mi primera medalla, las rodillas quemadas, la camiseta sudada y una sonrisa que no me cabía en la cara, mi hermana, mis abuelos y mis padres ahí, esa medalla era suya. Y el año siguiente dije que quería formar parte de las olimpiadas escolares, hable con el profesor y me dijo adelante, puedes. Y una pasión al deporte como la mía no la paraba nadie, 100 metros lisos, lanzamientos de peso, salto de longitud y como no mi pasión, el baloncesto. Ese era mi siguiente objetivo, cada hora de gimnasia era trabajar eso, horas del patio y horas de comer, luchando cada pequeño día y sacando mi nervio hasta que llego el día.
Buenos días mundo, hoy es el día con tan solo cinco años me planto ante un reto, quería subir a ese pódium, ver que todo esfuerzo tiene su recompensa y lo que más valor tenía en mi es la cara de mis familiares al verme ahí. Y gane, me lleve los cuatro oros, una medalla que a día de hoy la miro y me saca una sonrisa de recordar esos momentos y comentarlos con mis padres, pero lo más grande de esas victorias es que la fuerza y el sacrificio tenga su recompensa. Una de ellas con un sentimiento especial, mi hermana jugadora de baloncesto, luchadora a mas no poder hasta que el médico le dijo aquí tienes tu punto y final, yo quería seguir con su pasión, ella había conseguido transmitirme esa pasión y lo quería. Quería el Baloncesto como mi estilo de vida.

El baloncesto me enseñó a soñar con un Campeonato Provincial, me enseñó a querer jugar en una liga nacional. Me enseñó a llorar con un error sobre el final, con ese partido que no pude jugar. Me enseñó a creer más que nunca en lo que es de verdad un equipo y quien lo forma, me enseñó a celebrar cuando ganas un partido muy importante y corríamos hacia esa red para cortarla. Me enseñó a ayudar al amigo que se lesiona, a acompañarlo a subirlo en brazos para llevarlo al banquillo, me enseñó a valorar cada tiro en la zona y correr detrás de esa pelota perdida. Me enseñó que no dejamos de ser personas y debemos levantarlos tras esa lesión seguida. Me enseño la sensación de mirar y sacar tu fuerza para pasar el balón, a dedicar aquel triple limpio con orgullo y respetar esa rabia tras una caída. El me regalo un mundo, me formo un camino y me hizo volar cada segundo dentro y fuera de la pista. Que si luchas tienes tu recompensa que valen oro esas felicitaciones por los huevos y las ganas que has puesto. Con el he aprendido que todo se puede, que con dos segundos se puede perder o ganar un partido, que la pelota es un tesoro y hay que cuidarla como tal. Que aprendí a saltar más allá del tablero y tirarme al suelo de cabeza por tenerla en mis manos. Y dejen que les diga que en una pista nadie se suplanta, que todos nos complementamos, eso es un equipo. El baloncesto me enseñó a descansar en el banquillo por un mal tiro, y me dio fuerzas para jugarme el último tiro y ganar sobre la bocina, de él aprendí a valorar cada segundo y cada oportunidad. Con el he entregado todo en un partido con la mente helada y el corazón encendido y he sacrificado a darle confianza a los demás y agradecer cada asistencia recibida. Esa satisfacción de sangrar la camiseta, de matarme en defensa y soñar con hacer una acción impresionante.


Y después de todo, he luchado muchos años por mi sueño hasta que lo conseguí. Y ahora escribo desde una silla pensando en que es difícil poder volver a una pista, pero que seguiré luchando para conseguirlo y si no la verdad, conseguí mi sueño y eso vale más que todo.


He fallado una y otra vez en mi vida, por eso he conseguido el éxito

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